Una princesa de Asturias muy cercana

Sin palabras. Me quedé sin palabras cuando descubrí de primera mano la labor de esta orden. Una orden apenas conocida por la opinión pública -hasta hace tres días- porque trata de salvar vidas y proteger a los más desfavorecidos sin presumir de ello. Una entidad sin ánimo de lucro (subrayo estas cuatro últimas palabras) con una historia de quinientos años a sus espaldas, presente en los cinco continentes con más de 40.000 trabajadores que aportan, además de su profesionalidad, su buen hacer.

Pasmada. Pasmada me quedé cuando descubrí lo que han hecho en África por el ébola. Solo algunos saben que los dos sacerdotes que murieron hace un año cuando la epidemia del ébola sacudía África y nuestras vidas, gracias a la repercusión mediática que tuvieron sus muertes y posterior crisis sanitaria, pertenecían a esta orden. Muy poco se ha vuelto a hablar del tema. Ya no importa porque apenas existen casos en el primer mundo. Pero ellos siguen trabajando tenazmente por todos los que siguen padeciendo esta enfermedad en el tercero. Que también es mundo, aunque no lo creamos.

Emocionada. Emocionada me quedé cuando descubrí como tratan a los niños con necesidades especiales. A esos niños que son especiales no por su enfermedad, sino por lo maravillosos y felices que viven bajo la responsabilidad de estas personas, grandes de corazón. Una labor diaria en la que lo que más brilla es su cariño. Y lo hacen en silencio sin querer ganar ningún reconocimiento público.

Admirada. Admirada me quedé cuando descubrí el modo en el que cuidan a las personas mayores. Cómo les acompañan en la última etapa de su vida. Cómo les tienden su mano, una mano que, en muchos casos, cura solo por el tacto.  Por el amor infinito que sus profesionales sanitarios y cuidadores les profesan. Unas manos y unas palabras que hacen milagros, cuando menos, en muchas de las personas que envejecen a solas.

Asombrada. Asombrada me quedé cuando descubrí cómo se financian y de dónde obtienen los recursos para poner en marcha obras sociales como comedores, albergues y economatos destinados a aquellos a los que la vida no les ha sonreído. Para esa gente que la fortuna les ha dado un revés y les ha dejado sin un techo y sin comida. Así sin más. Cualquiera podríamos estar en su pellejo.

Respeto. Consideración y respeto es lo que me causa la Orden de San Juan de Dios. Y mucha sensación de inferioridad. Me siento diminuta ante su entrega social. Creo que hay que estar hecha de otra pasta para merecer estar entre sus filas. Para darlo todo por los demás y sentirse feliz solo por ello. Solo conozco a ella, la nueva princesa de Asturias, pero es más que suficiente para asegurar que la calidad humana de esta persona es poco común entre los mortales. La sensibilidad, la humildad, la integridad, la discreción en su buen hacer y en el desarrollo de su vocación médica, el respeto y amor que prodiga hacia los demás es lo que mejor la define. Y por eso se lo merece.

Solo un deseo: Espero que este premio Princesa de Asturias a la Concordia sirva para que más personas tengan el honor de conocer vuestra labor y para que podáis seguir trabajando en tan digno proyecto. Que al menos este reconocimiento público fomente vuestra presencia y visibilidad y, por ende, impulse vuestras ilusiones.

 

 

 

El último viaje

Te habías ido hacía tiempo. Tu mente ya no iba al compás de tu cuerpo. Al menos seguías allí, dándome la mano, regalándome besos ligeros en el carrillo, soplidos de amor. Pero tu viejo corazón estaba cansado. Esperó para que te despidieras de tus hermanos y tu mujer y, después, se paró. Me quedé huérfana. Huérfana de decirte tantas cosas… Tenía que hacerlo. Pensé en ti y hablé contigo. Te confesé todo lo que ya sabías y nunca te había dicho. Ya no estabas sordo.
Y fui detrás de ti, de tu cuerpo. Acompañándote en tu último viaje a tu tierra. Mientras, tu espíritu me hacía guiños desde el cielo. Era de noche y llovía porque todos llorábamos tu pérdida, pero muy pronto amaneció. Y vi la luz. Tres nubarrones negros tiraban de ti, una nube serena y blanca. Tus padres y tu abuela a la que tanto querías te arrastraban con ellos. Los que te habían cuidado en tus primeros años te añoraban y te querían para ellos. Tres pequeñas nubes blancas coleaban alrededor de tu espesura. Éramos nosotros, tus hijos, convertidos en titanes diminutos, luchando sin esperanzas porque te quedarás aquí abajo, aún sabiéndonos egoístas. Encima de tu halo una nube especial, casi te daba la mano, pero se la soltabas. Mamá no podía irse aún. Te desprendías de tus apéndices, lentamente. Te marchabas con mesura.

Después salió el sol, un sol brillante pero discreto te daba la bienvenida y nos sonreía asegurándonos tu presencia. Borregos de nubes claras te acompañaban invitándote a quedarte. Y de pronto las nubes desaparecieron. Tu cuerpo llegaba a su destino. Y después de unos minutos que se hicieron eternos, los destellos solares secaron nuestras lágrimas y nos dejabas para siempre, poniendo un muro entre nuestras vidas. En ese momento un viento fresco empezó a soplar. Vi tu resoplido. Percibí tu descanso. Casi como pidiendo perdón por abandonarnos pero aliviado, al fin, de tanta cadena que te pesaba. Te había suplicado una señal y me dejaste las pistas para descubrirlas. Estaban en el cielo, en ese cielo que tanto te gustaba contemplar. En esa tierra que tanto amabas y que nos enseñaste a amar. Me dejas, pero me ha llegado tu mensaje. Sobrio, valiente. Como tú eras. Hasta el final.

Autoestima

No hay mal que por bien no venga, cuando se cierra una puerta se abre una ventana, nunca se sabe, quizás era el empujón que necesitabas… frases cargadas de buenas intenciones y, por qué no, de esperanza en un futuro desconocido y más prometedor. De la gente que te rodea, que te quiere con el corazón, y que confía en que tú vales y que esto no es más que una piedra en tu camino. Eternamente agradecida, a todos vosotros, sabéis quiénes sois. Sigue leyendo

San Valentín o el pesado de la flecha

Si no hay fecha destacada, nos la inventamos. Así funcionan las grandes marcas en connivencia con las superficies comerciales y así nos arrastran en campañas publicitarias que, aunque no queramos, nos llegan. Y es que la publicidad es eso, llegar a un público que pasea despistado entre las autopistas de Internet y que, de golpe, se encuentra con el producto porque se lo ponen al lado, delante, en un banner… En este caso, nuestros ojos se van detrás de corazones rojos, saltarines, de purpurina, con patitas, ojos y todos los aderezos cursis posibles que puedan apellidar a San Valentín. Sigue leyendo

¿Historias de otros?

Se nos acumulan las noticias del corazón, rosa o rojo, como quieran. Por un lado, de la aristocracia. La afamada «duquesa de Alba se nos ha ido» rezan algunos titulares de rotativas de nuestro país. Habría que preguntarse a quién se le ha ido, porque por muy cercana y cordial que pudiera ser, formaba parte de esa otra clase social que no está al alcance de nuestras manos, cuando menos para decir que se «nos ha ido». Sigue leyendo

Sin paños calientes

No puedo con la necedad. Respiro profundo, cuento hasta tres, resoplo y espero a que mis bufidos se queden en eso, suspiros de gesto torcido. Pero en la mayoría de los casos, mi capacidad de autocontrol se escapa a mis impulsos más innatos, aquellos que me hacen decir lo que pienso sin pensar en las repercusiones que mis arengas puedan provocar. Sigue leyendo

Septiembre

Este post va de septiembre, ese mes que significa «de vuelta» o «empezar», más bien. Mis años naturales -creo- comienzan este mes y no el de enero. Podría haberlo titulado algo así como «Se acabó», «Noooooo», ¿Por qué?, «Depresión», «Rutina», «El ocaso» y otras múltiples formas para describir un final negro a una aventura fantástica. Sigue leyendo

Aquellos veranos

Aquellos veranos eran de mañanas cortas y siestas largas. Días con sus noches que conservo como fotogramas fijos y que recobran vida a poco que lubrique mi memoria. Mañanas en las que te levantabas rozando el mediodía y lo primero que hacías, después de los recados, era buscar a los amigos. Regresabas a la hora de comer, había un olor característico: la casa rezumaba a tortilla, ajoblanco y melón o una combinación de todo ello. Después, llegaba la temida siesta de los mayores, siesta que me obligaban a «echar» y de la que me zafaba sin mucho riesgo. Eran las horas de «El coche fantástico», «Fama» y «El equipo A». Sigue leyendo

Y en verano ¿qué hacemos con los enanos?

Se acerca el final de curso y ohhhhhhhhh, qué gustazo no tener que correr desde que una pone los pies en el suelo hasta que llega a casa. Pero, al tiempo que sentimos esa sensación de liberación -similar a la de cuando nos descalzamos después de doce horas con unos zapatos monísimos pero castigadores- notamos como crece nuestra angustia interior por intentar llenar tantos días del calendario sin rutina establecida. Sigue leyendo

Malas madres

Retomo mis pensamientos del día a día, aquellos que tenemos cuando todo marcha bien aunque, en ocasiones, nos sintamos hundidas. No hay nada como alejarse de la rutina para tomar conciencia de la gravedad o no de las cosas, para relativizar los pequeños obstáculos que nos va proponiendo la vida y afrontarlos como se merecen. Sigue leyendo