Si no hay fecha destacada, nos la inventamos. Así funcionan las grandes marcas en connivencia con las superficies comerciales y así nos arrastran en campañas publicitarias que, aunque no queramos, nos llegan. Y es que la publicidad es eso, llegar a un público que pasea despistado entre las autopistas de Internet y que, de golpe, se encuentra con el producto porque se lo ponen al lado, delante, en un banner… En este caso, nuestros ojos se van detrás de corazones rojos, saltarines, de purpurina, con patitas, ojos y todos los aderezos cursis posibles que puedan apellidar a San Valentín.
Febrero se ha convertido en el mes del amor. Tras el desgaste consumista de las navidades, no podíamos pasar de largo por este mes anodino y frío, sin más. A ver quién es el guapo que se salta a don Cupido sin inmutarse, mirando hacia otro lado ante el aluvión de mensajes sugerentes, algunos, y ridículos, otros. No hay manera de ignorarlo, nos dispara por todos los flancos.
Y es que en esta maraña de páginas por las que nos enredamos a diario con esto de las redes sociales y los blogs, he leído casi de todo: «Este San Valentín regala de corazón», «Regala romanticismo», «no te quedes sin tu corazón», «dígaselo con flores», «Sorprende a tu pareja con…» «Celebra el San Valentín más dulce»… y un largo etcétera siempre rojo y esponjoso.
Hay eslóganes para amores maduros, jóvenes y minúsculos. Es difícil encontrarlos singulares o divertidos, en casi todos ellos siempre están las mismas palabras que celebran ese amor adolescente, esa pasión juvenil o ese amor eterno. Palabras que dan mucho juego pero que ya están cansadas de contenidos sobados y repetidos que consiguen, muchas veces, el efecto contrario.
Los regalos sí que han cambiado. Los hay para todos los públicos objetivos, ese «target» del que tanto hablan los publicitarios. A las joyas, perfumes y bombones más tradicionales, se unen ahora toda esa otra ola de regalos basados en experiencias, como escapadas, circuitos spas, catas gastronómicas… No hay límites porque ya lo tenemos todo. Es difícil sorprender y que nos sorprendan. Y es que, aunque nos empeñemos, el amor no se compra. Teníamos que haber empezado por ahí.