No hay mal que por bien no venga, cuando se cierra una puerta se abre una ventana, nunca se sabe, quizás era el empujón que necesitabas… frases cargadas de buenas intenciones y, por qué no, de esperanza en un futuro desconocido y más prometedor. De la gente que te rodea, que te quiere con el corazón, y que confía en que tú vales y que esto no es más que una piedra en tu camino. Eternamente agradecida, a todos vosotros, sabéis quiénes sois.
Después de una decepción llega la negación, más tarde el duelo y, por último, la asimilación. Y en ese momento final es cuando respiras y sales al exterior con fuerzas renovadas, mirando las cosas de otra manera, sin perder la perspectiva de tus objetivos, con más ilusión que nunca, con la seguridad de que esto no se ha acabado y de que tienes muchas cosas que ofrecer. Se llama recuperar la autoestima, esa que nunca debiste perder y que es tan necesaria. Llega, pero hay que lucharla.
En esto, como en casi todo, hay que buscarse por dentro, encontrar lo mejor que tenemos y explotarlo, decidnos que valemos mucho y creérnoslo. Ser proactivos, incansables y tenaces. Encontrar nuestro camino e ir hacia él. Tomar decisiones, algunas consientes y otras menos. Ellas definirán la ruta. Una ruta que está por trazar y que dependerá de nosotros mismos. Mirar al futuro en positivo (cuesta lo mismo).
Con todo ello en la mochila, me dispongo a cerrar un ciclo, a dejar atrás un sendero que estuvo bien mientras duró. Y ahora me dispongo a abrir otra etapa. Con muchas ganas y no menos ilusión. Las oportunidades existen y hay que lanzarse hacia ellas, con ímpetu. No dejan de pasar trenes en la vida. Reanudo el viaje, uno nuevo y muy sugerente, sé que lo voy a disfrutar. Me subo. Gracias al maquinista, sobre todo, y a los viajeros.