Te habías ido hacía tiempo. Tu mente ya no iba al compás de tu cuerpo. Al menos seguías allí, dándome la mano, regalándome besos ligeros en el carrillo, soplidos de amor. Pero tu viejo corazón estaba cansado. Esperó para que te despidieras de tus hermanos y tu mujer y, después, se paró. Me quedé huérfana. Huérfana de decirte tantas cosas… Tenía que hacerlo. Pensé en ti y hablé contigo. Te confesé todo lo que ya sabías y nunca te había dicho. Ya no estabas sordo.
Y fui detrás de ti, de tu cuerpo. Acompañándote en tu último viaje a tu tierra. Mientras, tu espíritu me hacía guiños desde el cielo. Era de noche y llovía porque todos llorábamos tu pérdida, pero muy pronto amaneció. Y vi la luz. Tres nubarrones negros tiraban de ti, una nube serena y blanca. Tus padres y tu abuela a la que tanto querías te arrastraban con ellos. Los que te habían cuidado en tus primeros años te añoraban y te querían para ellos. Tres pequeñas nubes blancas coleaban alrededor de tu espesura. Éramos nosotros, tus hijos, convertidos en titanes diminutos, luchando sin esperanzas porque te quedarás aquí abajo, aún sabiéndonos egoístas. Encima de tu halo una nube especial, casi te daba la mano, pero se la soltabas. Mamá no podía irse aún. Te desprendías de tus apéndices, lentamente. Te marchabas con mesura.
Después salió el sol, un sol brillante pero discreto te daba la bienvenida y nos sonreía asegurándonos tu presencia. Borregos de nubes claras te acompañaban invitándote a quedarte. Y de pronto las nubes desaparecieron. Tu cuerpo llegaba a su destino. Y después de unos minutos que se hicieron eternos, los destellos solares secaron nuestras lágrimas y nos dejabas para siempre, poniendo un muro entre nuestras vidas. En ese momento un viento fresco empezó a soplar. Vi tu resoplido. Percibí tu descanso. Casi como pidiendo perdón por abandonarnos pero aliviado, al fin, de tanta cadena que te pesaba. Te había suplicado una señal y me dejaste las pistas para descubrirlas. Estaban en el cielo, en ese cielo que tanto te gustaba contemplar. En esa tierra que tanto amabas y que nos enseñaste a amar. Me dejas, pero me ha llegado tu mensaje. Sobrio, valiente. Como tú eras. Hasta el final.