De cómo me puedo tirar las horas muertas en una biblioteca sin que fluya el tiempo vital pero sí el pensamiento. Del silencio y el perfume a hoja nueva que se respira en las librerías. De eso va mi post de hoy, por qué no. De una experiencia personal. De una sensación íntima.
La estrategia es siempre la misma: me acerco a una de mis librerías favoritas. Echo un vistazo desde fuera y si no hay mucha gente, entro. La mejor hora es cualquiera de la mañana. Si es de invierno mejor, aunque esto último -lo reconozco- es una cuestión de preferencia por dicha estación, la mía, la que me vio nacer.
No hay mejor plan para disfrutar en solitario. Ésa es la clave: en privado. Merodear entre las distintas secciones. Saborear las sinopsis de nuestros autores. Hojear los últimos títulos. Rebuscar entre los estantes de historia. Escudriñar las últimas tendencias. Degustar, al fin y al cabo, la lectura, la breve.
Pasar más de una hora delante de decenas de libros apilados. Hallar lo que vas buscando. Encontrar lo que no ibas buscando. Sorprenderte con lo desconocido. Adentrarte en quien ya conoces. Sumergirte en sueños. Vivir historias reales. Sentir emociones propias. Empatizar con las de ajenos.
Puedo notar que vuelo. Siento una paz interior que me transporta a otro mundo. A una atmósfera acogedora en la que sólo habitan las ideas. A un cruce donde se enredan miles de historias, de personajes, de escenas. Me dejo llevar. Y viajo lejos. O no. Lo hace mi imaginación.