Nunca antes me había dirigido a un público tan joven. Ése, aunque parezca contradictorio, era el problema. ¿Quién no ha leído alguna vez en la prensa que las aulas se han convertido en un nido de criaturas violentas que atacan a su profesor? O mejor, ¿quién no ha visto esas imágenes descritas más arriba a través de la pantalla de televisión?
Pues bien, con esa incertidumbre propia de las primeras veces, me acerqué hacia el Instituto en el que tenía que dar mis clases. Aunque me era familiar, porque era el mío, iba, como digo, con mis reticencias. En mi cartera llevaba preparadas algunas dosis de cautela y algo de autoridad. Ésas eran mis armas. Si soplaban malos aires, debería recurrir a ellas. Una tiene confianza en sí misma y sabe que, si quiere, impone.
En los diez minutos previos a la clase, charlé con el tutor del grupo, que por cierto, había sido profesor mío. A él acudí en búsqueda de información sobre el auditorio que me encontraría. Por suerte, había sido benévolo conmigo, gracias a que se acordaba de mí positivamente. Me había escogido el mejor curso. Eso me hizo respirar aliviada.
Y llegó el gran momento. Allí entré. Dispuesta a explicarles un temita muy ligero: los géneros periodísticos. Me hábía preparado un guión muy sencillo con unas ideas principales. Mi objetivo era que se quedaran con conceptos muy genéricos que les sirvieran de algo. Vamos, lo que yo buscaba cuando tenía su edad, que me hablaran sobre aspectos de la sociedad en la que vivíamos.
Creo que lo conseguí. Al menos en gran medida. Mi gran sorpresa fue encontrarme con un grupo de alumnos de catorce años respetuoso y educado. Que respondía a mis preguntas y que seguía con atención la explicación. Me pareció que conecté con ellos o al menos disimularon muy bien. Lo que sí percibí desde arriba es quién mostraba interés y receptividad y quién esperaba al recreo. Siempre fue así.
No quiero parecer demagógica, huyo de la misma por principios. Tampoco es mi intención negar las evidencias, la violencia escolar existe, pero también la motivación escolar. Quizás no sea un problema tan simple y haya que tener en cuenta otras premisas socioeconómicas, seguro que sí. Pero desde aquí quiero romper una lanza por esa adolescencia positiva, por esa incipiente juventud que escucha y aspira a aprender. Ellos merecen la pena. Contribuyamos a su éxito, cada uno como pueda.