El dardo que no mata

Casi dos meses sin disparar palabras contra este blog en blanco. Podría ser que en medio han estado las navidades que eso siempre colapsa, de alguna manera, nuestros cuerpos y nuestras mentes. Al menos, mis neuronas entran en hibernación ante las explosiones de azúcar de los mazapanes -que ascienden a bocajarro aletargando mis pensamientos-.

Sea como fuere, el caso es que inauguramos año, 2015 que, por otro lado, a mí me suena bien, aunque no les ha debido sonar igual a quienes apretaron sus gatillos. Ellos hicieron sonar el metal. Y las víctimas fueron las que oyeron el eco de aquel estallido metálico mientras se colaba entre sus carnes. Sonidos que suenan distinto, según quien los escucha. Sonidos de muerte.

La pólvora nunca huele bien. No es un aroma subjetivo. Es el mismo para todos. No se puede aguantar, asfixia. No se entiende que una religión se inhale de esta manera. Consideremos que las religiones fundan las civilizaciones, no las destruyen. Las alimentan. Si ese es el alimento, habrá que poner en cuarentena lo que nos comemos. Quizás no sean mensajes religiosos, sino postres que cortan la digestión.

No quiero mezclar religión con fundamentalismo, ninguna religión que lo haga puede gozar de una buena salud. Habrá que apelar a la cordura y/o, al menos, al bien común de quienes siguen un ideario. Tampoco creo que nos debamos dejar llevar por la ira para demonizar a quienes no piensan como nosotros. Eso, justamente, es lo que hicieron los yihadistas.

No creo en las verdades absolutas, sí en las fuerzas positivas. No creo en los dogmas de fe. Y mucho menos en los que no dan voz a la mujer. No soporto que ellas asuman su inferioridad como algo innato a su calidades femeninas. Nunca toleraré la sumisión humana por razón de sexo. Bajo ninguna premisa. Ni bajo ningún Dios. Ese dios no puede existir. Sigamos tirando dardos con nuestras palabras.