El pecado de ser mujer

Hace pocos días que ha vuelto a retomarse el tema de Zaida Cantera, la capitán que después de años de humillación decidió poner una denuncia a su superior por acoso sexual. El caso viene muy ad hoc en esta semana que celebramos el Día de la Mujer Trabajadora, aunque esto parezca en sí mismo un despropósito.

El caso es que gracias al programa de Jordi Évole muchos  habrán tomado conciencia de que, en realidad, el ser mujer, es un tema que da para infinitos debates sociales. Podríamos hablar de la desigualdad salarial, de la escasez de puestos de responsabilidad de féminas en empresas del Ibex 35 y en instituciones públicas, de la falta de políticas de conciliación que dejan en clara desventaja a la mujer, de las falsas «superwoman» y, por último -y más denigrante- del acoso sexual y los malos tratos.

Hago oídos sordos a todas esas opiniones de -predominantemente hombres- que apelan a que para que haya igualdad no ha de haber paridad. Hay que empezar por ahí. Si la hubiera, muchos problemas, como el de la capitán Cantera, no hubieran sucedido. Es necesaria la visibilidad, la presencia en determinados estamentos. Hay que estar para cambiarlo. No es posible una transformación de la sociedad sin nosotras mismas.

Zaida Cantera era una mujer anónima en la sociedad civil hasta que hace pocos días le pusimos cara a un runrún que habíamos oído este tiempo atrás en la prensa. Su historia no tiene desperdicio, es el máximo exponente de la tiranía machista. Es la de una gran profesional que ha sufrido en silencio el peso de la mentira de un superior, hombre, en el Ejército.

Es la historia de una mujer valiente que ha luchado contra una jerarquía, tradicionalmente machista, sola, sin el apoyo de sus compañeros -por miedo, o vete tú a saber por qué- y que ha perdido la profesión de su vida. Una profesión que ha demostrado merecer en la que destacó con notas brillantes y de la que ahora tiene que huir, pese a haber ganado el juicio. Un juicio, por otro lado, en la que su agresor fue condenado por «abuso de autoridad» y «trato degradante». Seguimos sin llamar a las cosas por su nombre.

Esto es machismo, señores, sin más. Esto es abuso. Esto es desigualdad. Esto es lo que tenemos en el S. XXI mientras otros siguen mirando hacia otro lado. «Otros» que siguen en sus sillones sin verse afectados. Porque son hombres y desde esa atalaya, todo se ve muy distinto. No es justo. ¡Mujeres! Sigamos luchando por nuestros derechos.