La madurez a examen

Esta semana mi reflexión se detiene en la prueba de selectividad a la que se enfrentan más de 23.000 alumnos madrileños. Mi memoria echa la vista atrás -muy atrás por cierto- y recuerda cómo viví yo esos tres días de exámenes en los que te jugabas tu destino profesional y, por ende, tu futuro.   

Mi memoria no siempre es tan lúcida, pero en esta ocasión, me devuelve aquellos días con frescura, como si los hubiera vivido ayer. Puedo sentir de nuevo los nervios ante la incertidumbre. También la seguridad que sentía por la carrera que deseaba realizar. Y el miedo por no conseguir la nota.

En mi caso, todos los que obtuvimos una buena media en la prueba llevábamos una calificación similar de los años de Bachillerato y COU. Lo que significa que no es un examen difícil. El noventa por ciento de los alumnos suele aprobar la tan temida selectividad, aunque no todos alcanzan sus sueños. Ése es el riesgo.

Al leer estos días cuáles han sido las preguntas de letras y cómo las han encajado los alumnos me reafirmo en la idea de que -en realidad- lo que se valora, además de los contenidos, es la madurez de la comprensión y expresión de los temas escogidos. Y eso es difícil de preparar.

Por desgracia, a las facultades llegan muchos jóvenes que estudian de memoria, de esos que vomitan datos, sin más. Eso, puede que sirva en algunas carreras, no lo dudo. Pero, a mi juicio, a la Universidad deberían llegar jóvenes con juicio crítico, con ideas basadas en la razón y -por supuesto- con una correcta expresión gramatical y ortográfica. Y no siempre es así.