Hace pocos días se la celebrado el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Un día mediático donde los haya. Hace algún tiempo escribí sobre lo que me parecen los días dedicados a temas intemporales, véase el padre, la madre, los enamorados… y un largo etcétera. Ya dejé clara cuál era mi postura.
Sin ánimo de repetirme, me gustaría reflexionar hoy sobre el objetivo de la celebración de la mujer trabajadora. Entiendo que desde los Gobiernos y otras instituciones sociales se contribuya a reconocer el trabajo de la mujer. Pero esto no deja de ser discriminación aunque, en ocasiones, sea positiva.
Creo que es un problema de más calado. En la lucha por los derechos fundamentales no debería haber distinción de sexos. Las mujeres han luchado a lo largo de toda la historia por cuestiones de importancia vital, pero sus voces no han sido escuchadas siempre o no al menos con la energía suficiente.
Tampoco creo que haya que buscar culpables. Feminismo no es el antónimo de machismo, como algunos quieren pensar. Para ser fieles a su significado exacto, según la RAE es el “movimiento que exige para las mujeres los mismos derechos que para los hombres”. A día de hoy se puede decir que esta batalla dura ya alrededor de dos siglos.
Soy pesimista en este sentido. La masiva incorporación de la mujer al mundo laboral ha sido evidente. Pero no importa la cantidad, sino la calidad. Nos han vendido que las mujeres ya estamos a la altura, pero en realidad la hemos superado, nos han convertido en ‘superwoman’ y ya estamos pagando las consecuencias. No es el camino.