¿Hay alguien por ahí que no tenga teléfono móvil? ¿qué joven no tienen una videoconsola? ¿Existe algún osado que no lleve encima un MP3? ¿Quién se atreve a emplear la antigua cámara analógica? ¿Qué público compra vídeo y no DVD? ¿Cuál es el valiente que no ha caído en la trampa?Asistimos a la era de la revolución tecnológica. Es una ola voraz que invade nuestras vidas sigilosamente. Formamos parte de un público vulnerable al que se dirigen las grandes campañas de marketing que manipulan nuestras conciencias. Nos ofrecen el ‘gadget’ para darnos el privilegio de sentirnos integrados en esta sociedad. Vivimos absorbidos en una vorágine que no nos permite reflexionar sobre nuestras acciones inmediatas.
Hemos entrado en un juego peligroso. Creemos que tenemos unas necesidades y por eso corremos a comprar. Estamos convencidos de que consumiendo vamos a satisfacer nuestros deseos. Pero, en realidad, basta con saber que lo tenemos, aunque no lo usemos. La satisfacción por lo adquirido dura sólo el escaso tiempo que linda entre promoción y promoción.
Nos movemos por impulsos cuyo objetivo es acaparar información, música, cine, fotos… Tener a nuestro alcance todo aquello que nos gusta sacia nuestro apetito. En la práctica, no hay tiempo objetivo para consumir todo lo almacenado. Pero eso no es lo importante.
Hemos tragado el anzuelo. Es difícil quedarse en el margen de la corriente. La deriva ha conseguido atrapar al banco de peces. Sólo algunos rezagados se han quedado atrás. Quizás no sean rezagados, sino los más fuertes, los que han dominado sus debilidades, los que no se han dejado atrapar por las redes asfixiantes. Los que han luchado estoicamente por permanecer libres.
El resto, estamos a la espera de nuevas consignas comerciales. Esperamos órdenes de los gigantes tecnológicos. Sólo tenéis que dirigir nuestras conductas. Ya sabéis cómo hacerlo. Lleváis haciéndolo algún tiempo. Seguid alimentando nuestras necesidades (y vuestros bolsillos). No nos resistiremos.