Un año más, por la igualdad

Un año más, Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Como siempre, deseos de alcanzar la igualdad real. ¿Deseos? Una -que no es muy optimista- los ve como ideales, como objetivos susceptibles de ser alcanzables. Como esa luz que intentas tocar y solo rozas con los dedos. Cansada de tanto saltar sin asir. Pero con fuerza. Porque es mi leit motiv.

Veía la otra noche un programa televisivo dirigido por Ana Pastor sobre este inagotable tema de actualidad, sobre todo, esta semana del año. Preguntaban a los comunes mortales qué era el feminismo. No me sorprendió que muchos dijeran «lo contrario del machismo». Un número no despreciable de mujeres también lo definieron así, argumentando que «no lo eran». Ufff…. pensé. Qué lejos. Algunas buscamos la luz. Para otras, la igualdad está a años luz. Claro ejemplo de lo que nos queda por conseguir.

Entiendo yo por igualdad, no sólo el reconocimiento expreso de los derechos -recogidos en nuestra Constitución, obviamente- sino el ejercicio de facto de los mismos. Hablo de desarrollar tu carrera profesional sin renuncias. Hablo de compartir responsabilidades de los hijos. Hablo de conciliar la vida laboral y la personal hombres y mujeres. Hablo de la brecha salarial que nos deja en clara desventaja. Hablo de feminismo. Claro que sí. Porque hay que llamar a las cosas por su nombre. Que no nos dé miedo.

Muy lejos quedan las luchas de las republicanas por la consecución del sufragio femenino, que significó un gran paso en el avance por la equiparación de derechos entre ambos sexos o el acceso de la mujer al mundo laboral. Aquellas mujeres buscaban emanciparse económicamente, fundamentalmente, y, en otro orden, transgredir la esfera de lo privado y acceder al espacio público. Y lo consiguieron.

Pero ese gran paso para el feminismo español se volvió en nuestra contra. Nos han contado un cuento chino sobre la incorporación de la mujer al mundo del trabajo. Esto fue un hito histórico. Pero el hecho real fue que, además, nunca abandonó su casa. O lo que es lo mismo: nos multiplicamos. Hubo un tiempo en que se nos llamó superwoman. Por «llegar a todo». Por ser «reconocidas, como un hombre».

No nos lo hemos creído. No somos necias. Queremos «llegar» sin ser juzgadas en el plano personal. Sin renuncias ni sentimientos de culpa. La pretensión no es superar al hombre. Es ponernos a su lado y formar equipo. Es compartir responsabilidades. Es lo justo. Ni más, ni menos. Yo creo que la luz está ahí. Lejos, pero es tangible. Seguiré siendo feminista si eso implica luchar por ser igual o, al menos, para que mis hijos lleguen a disfrutarla, de verdad.