Miedos

De las incertidumbres y los miedos. De eso va mi post de hoy. Aún recuerdo qué miedo me daba la oscuridad y el quedarme sola cuando era una niña. Ese temor, provocado por la inseguridad de lo que no vemos o no conocemos, invadía mi mente y me provocaba temblores que solo podían ser desterrados de mi cuerpo con el abrazo o compañía de mi madre.

Mientras duraron aquellos miedos yo intentaba combatirlos pensando en otra cosa, es decir, evitándolos; meterme en la cama con mucho sueño era una solución. Cuando fui creciendo aquellos miedos fueron desapareciendo o más bien se convirtieron en estímulos que invitaban a sentirme mayor. Quedarme sola se transformó en un reto muy apetecible para poder probar cosas prohibidas, por ejemplo.

Los años pasaron y comprobé cómo mis antiguas inquietudes se volvieron pequeñas y pequeñas y, al recordarlas, se me escapaba una leve sonrisa de la comisura de mis labios. Estaba madurando, pensé. Y vencí otro gran miedo: el momento «parto». Siempre lo vislumbré con pavor, pensaba que yo no sería nunca capaz de cruzar aquella frontera. Y lo hice. Con mucha fuerza. Porque sabía que el mejor remedio contra el miedo era hacerle frente. Y lo superé con éxito. Y me enorgullecí.

Y llegué a un punto en el que todo aquello me parecía lejano, ya podía vencer cualquier cosa. Al menos, cualquier cosa que ya hubiera vivido anteriormente. Me armé de valor, de seguridad y confianza en mi propia fuerza interior. Y pensé que aquella energía sería definitiva e inviolable. Pero me equivoqué. El miedo es libre y muy salvaje. A mi edad, solo llega cuando pierdes el control de la situación, esa situación que pensamos que tenemos amarrada para siempre. Pero no es cierto.

Y volví a sentirme niña. Más que eso, me sentí desnuda, pequeña, mezquina. Pero mi madre no podía ya salvarme de aquellos miedos. Nadie podía rescatarme de aquel pozo oscuro, solo escuchaba las palabras de ánimo, las que alentaban mi dolor y me lo hacían más llevadero. Era lo único que me ayudaba a afrontar aquel miedo atroz. Estaba indefensa ante el destino.