Casi un mes después de mi última entrada, retomo el papel virtual y la pluma de percusión para echar a volar mis pensamientos. Sentimientos encontrados los del nuevo año. Por un lado, esperanza en que este 2014 sea mejor a nivel social, económico y cultural confiando en que las cosas mejoren para esas personas que lo están pasando, realmente mal. Por otro lado, ese tedio que muchos experimentamos tras años de crisis sin resolver, ni por unos ni por otros.
En el plano personal, propósitos, como debe ser -al menos- en este mes de enero. Fijarse pretensiones siempre es positivo porque supone un propósito, un esfuerzo para conseguir la meta y una recompensa que nos hace feliz, de alguna manera. Los deseos más comunes, ya se saben: adelgazar, dejar de fumar, hacer ejercicio, llevar una vida sana, aprender inglés…etc.
Siento vértigo en estas fechas, todos los años lo siento, porque una espera que le ocurran cosas buenas, quiere ver con optimismo el futuro, lo intenta, de verdad que lo intenta. Pero rápidamente resuenan en mi interior esa frase tan «conformista» de «Virgencita que me quede como estoy». No sé si es conformismo, creo que en realidad es aceptación de que lo que una tiene y siente es suficiente para ser feliz.
Aceptación es un término que significa aprobación, no veamos subliminalmente en él cierta dosis de derrotismo si nos referimos a la felicidad. Implica asumir lo propio y sentirse reconfortado con lo que somos/tenemos, más con lo que somos, porque vivimos en una sociedad en la que el verbo «tener» va ganando terreno a pasos agigantados. Da miedo.
Tener no es más que poseer, pero no poseer amistad, inteligencia, buen humor, gallardía, generosidad… sino acumular en el sentido más material de la palabra, en el sentido más deshonesto de amontonar. Mi aspiración para este año que comienza es mejorarme (no penséis que padezco alguna enfermedad), mejorarme por dentro, crecer, enriquecerme, aumentarme (esto último solo por dentro, por Dios).