Una cana y algo más

Por casualidad o no, alguien muy cercano me avisó, hace sólo unos días, de la existencia de una cana en mi cabeza. No me lo podía creer. Pensé que era objeto de una broma como respuesta a otras mías sobre las suyas y lo rápido que pasa el tiempo. Pero no, esta vez no era una chanza usada como contrapartida a mis reiteradas ironías sobre los años que me aventaja.

Lo peor fue tener constancia de su existencia. Aunque me negaba a reconocerlo, clavé mis ojos en el espejo y allí estaba, como un astro brillante en el oscuro firmamento. La encontré de un vistazo, eso sí, no era más que una. Los que estaban conmigo, todos mayores que yo y con más de una cana, se mofaron de mi reacción y me dieron la bienvenida al mundo de los de más de treinta años.

De momento, las cuestiones estéticas me preocupan bien poco. Aunque debo aclarar que esto es así porque se trata sólo de una cana aislada.  Lo cierto es que el proceso acaba de empezar. Supongo que el resto de compañeras harán su aparición estelar de manera inminente. Lo que desconozco es si lo harán como actores invitados o como grupo colectivo. Espero que sea lo primero.   

Lo que vino después del hallazo fue toda una reflexión endógena sobre el ciclo de la vida: el nacimiento, el crecimiento, la reproducción y el envejecimiento. Me quedé ahí, a las puertas de la última fase. No quise seguir más allá. Hice un ejercicio de retrotracción. Viajé a mi infancia cuando para mí las canas eran signo de gente mayor, muy mayor, como mis abuelos. Pasé por la adolescencia y recordé que los canosos eran los padres. Y llegué a la juventud, etapa desde la que percibía esos cabellos blancos como símbolo de madurez.

Después de ese retroceso en el tiempo, me situé en el presente. Volví a mirar mi primera cana. Y me ví como el resultado de ese proceso. Como alguien que es mayor, es madre y es madura. Mis fuerzas flaquearon unos minutos y acto seguido decidí que lo más saludable era pensar en positivo. A partir de ese día me conciencio de que tener canas es la cuota que hay que pagar para obtener la plenitud vital. Además, ¿por qué no consolarme con el tópico de que las canas proporcionan algo de atractivo?