Sin palabras

No puedo reflexionar sobre ello. Se me eriza el vello. Pero tengo que hacer un esfuerzo para denunciarlo. Ayer tuvimos noticias de que había caído la mayor red de pornografía infantil en España. Un total de 121 personas fueron detenidas. Y en lo que va de año van 400. El balance del Ministerio del Interior es escalofriante ya que arroja unas cifras que aumentan cada año.

La pornografía infantil no sólo es un delito. A mi juicio, los pederastas son personas con una mente enferma cuyo tratamiento ha de estar ligado necesariamente a un aislamiento de la sociedad de forma perpetua. No sé si las terapias encaminadas a rectificar esas desviaciones psiquiátricas son la solución a esta violación de los derechos no sólo del niño, sino de la propia vida.

Me resisto a pensar que estas personas, violadoras en potencia, ora niños, ora adultos, puedan recuperar en un futuro una vida saludable. No es que no confíe en los diagnósticos médicos. Pero considero que en este sentido, no se puede curar una actitud tan desdeñable. Lo siento. No creo en políticas de reinserción para estos delincuentes.

El abanico social de estos personajes de conducta tan reprobable es muy amplio. La mayoría son hombres de mediana edad y de un buen nivel cultural cuya situación económica es desahogada. Poco a poco se van incorporando los más jóvenes, ya que uno de los canales más utilizados para dichas prácticas es Internet. En la última redada han caído personas con profesiones ligadas a las fuerzas de seguridad y a la docencia. Eso es lo que abruma. Que los que deben perseguir los delitos -por un lado- y formar -por otro-, sean los protagonistas de semejante tropelía.

¿Qué nos queda pensar? En estos casos, mi mente se revuelve para no hacerlo. Mi cuerpo reacciona con náuseas. Pensamientos resentidos. Resaca de sentimientos. La violación es el peor de los delitos que puede cometer una persona. Para el que va más allá y lo comete con niños, me quedo sin palabras. Que las pongan otros.

«Cuando un loco parece completamente sensato, es ya el momento, en efecto, de ponerle la camisa de fuerza» . Edgar Allan Poe.

«Se puede confiar en las malas personas, no cambian jamás». William Faulkner.