Me encanta la moda, eso es algo que saben quienes bien me conocen. No es ningún secreto que me encanta comprar ropa y complementos, sobre todo en zapatos y sus variantes (véase botas, botines, sandalias…). Según mi madre, «no hay derecho y no tengo vergüenza» de tener el zapatero que tengo, esto lo pongo porque mi madre es la viva expresión del pragmatismo -razón lleva- pero es mi debilidad. Es algo a lo que no me puedo resistir y siempre, aunque tire de autocontrol, no controlo. Este tiempo atrás conté en mi haber más cincuenta pares, sí, sí, como lo leéis.
Cuando era pequeña me encantaba hacerle la ropa a mis muñecas, cortar, coser, pegar botones…también les hacía jerséis de lana con aquellas agujas con las que mi madre nos hacía los nuestros (tan de moda en los ochenta). ¿Qué niño o niña no llevaba bufandas y chaquetas hechas por la abuela? Yo llegué a tener hasta patucos, una prenda que nunca después he vuelto a ver (una especie de calcetín más holgado que se abrochaba con cordones para evitar el frío helador de la cama… ese frío de antes que tampoco nunca he vuelto a sentir).
En algún momento de mi infancia llegué a pensar que heredaría la profesión de mi abuela paterna, una modista de origen humilde pero con manos de oro. Aquella que le había hecho el traje de novia a mi madre y que todo el mundo había pensado que procedía de una de las mejores tiendas de la capital. Aquella que cosía para pudientes a cambio de muy poco, aquella que nos dejó como recuerdo algunos vestidos infantiles y un afán de superación extenuante.
Nunca me he quitado esa idea de la cabeza… en mi subconsciente a veces pienso que llegará un día en que me pueda dedicar a ello, qué ilusa… a mi edad! Tendría que nacer de nuevo. El caso es que desde que veo «Un tiempo entre costuras» -el serial de Antena 3 basado en la novela de María Dueñas- en el que una joven sencilla se convierte en la mejor modista de Marruecos, me lo creo aún más. Que la vida me va a dar una segunda oportunidad profesional. O que en otra vida me dedicaré a ello. Quién sabe.
Como añadidura, hace algún tiempo tuve la suerte de conocer profesionalmente a un modisto de la alta costura española. Y ahora he vuelto a retomar su contacto, por puro azar, y ahora sí que sueño con ello. No paro de fantasear e imaginar que un día va a llamarme y me va a pedir que trabaje con él. Cuando lo pienso fríamente pienso que he perdido la cordura y me río en mi interior. Pero, ¿quién dijo que soñar era sensato?