Nunca pensé que me oyera o leyera decir lo que a continuación me voy a atrever a decir. No, porque llevamos más de quinientos años leyendo libros impresos. Y esos cientos de años convierte en casi misión imposible el cambio de hábitos globales. Sin embargo -y a mi pesar- estamos en el principio del fin del libro, tal cual lo conocemos hoy.
Son muchas las voces reticentes al nuevo artilugio que ya ha aterrizado en las grandes superficies de tecnologías. Me refiero al ‘e-book reader.’ Yo misma me resistía a adquirir uno de ellos, pero finalmente- e influenciada por mi siempre sabio compañero en estas lides- accedí. Y me alegré. Hay que reconocerlo.
Por mucho que nos cueste no podemos vivir al margen de los avances tecnológicos. Antes de esto ya hemos vivido otras etapas reaccionarias y -finalmente- hemos sucumbido al cambio. Lo cierto es que son muchos ‘gadgets’ en pocos años, pero todos se han ido incorporando a nuestras vidas hasta el punto de hacerse necesarios.
¿Quién no pronunció antes las palabras: «yo para qué quiero un móvil, como el ritual del vinilo nada, el correo manuscrito no puede desaparecer o qué oficina puede prescindir de una máquina de escribir?» Muchos. Y es que la gran mayoría de la gente somos -por natura- muy reacios a alterar ciertas costumbres que han formado parte de nuestras vidas y tradiciones.
Por eso yo ya no me pronuncio sobre estos temas. Porque sé que siempre pierdo. El libro electrónico es ya el presente y -por supuesto- el futuro. Es probable que mis hijos crezcan con él y no entiendan cómo sus padres guardaban tantos volúmenes de papel. Los pros: formato ligero que almacena un número importante de obras. Los contras: no huele, no se percibe entre los dedos, no se pasan hojas.