Ahora que existe un Ministerio de la Igualdad sería conveniente que las políticas de igualdad fueran una realidad y no quedaran en meras intenciones, que a todos nos parecen inteligentes, pero que han de estar orientadas, a mi juicio, a que se den las condiciones necesarias para establecer políticas dirigidas a la población en general con objetivos concretos.
Entiendo yo por igualdad, no sólo el reconocimiento expreso de los derechos, me refiero al plano de lo civil, principalmente, sino el ejercicio de facto de esos derechos. Muy lejos quedan las luchas de las republicanas por la consecución del sufragio femenino, que significó un gran paso en el avance por la equiparación de derechos entre ambos sexos. Sin embargo, muchos de las reivindicaciones de éstas, nuestras antepasadas, aún están latentes.
Ellas ya preconizaron la igualdad salarial, aunque tan sólo consiguieron que el trabajo fuese una condición social independiente del género. Con la distancia que supone el transcurrir de casi ocho décadas, creo que es necesario reconocer esta conquista, pero, obviamente, la considero insuficiente. Aquellas mujeres buscaban incorporarse al mundo laboral para emanciparse económicamente, fundamentalmente, y, en otro orden, para transgredir la esfera de lo privado en la que estaban recluidas y acceder al espacio público.
En la actualidad, mis contemporáneas y yo exigimos que los dos sexos obtengamos los mismos sueldos en las mismas categorías, que la mujer y el hombre que son pareja y que trabajan remuneradamente fuera del hogar, lo hagan indistintamente en el ámbito de lo doméstico, que se den los mecanismos necesarios para promocionarse por igual en los trabajos para adquirir puestos de responsabilidad, que se ejerza la paternidad y la maternidad con la misma responsabilidad.
Considero que la batalla por la igualdad se ha de librar en distintos frentes. Que las autoridades políticas tienen gran parte de la responsabilidad en que se obtengan resultados. Pero también es obra de múltiples agentes y organizaciones que forman parte del tejido social. Y no nos olvidemos de la educación, en el ámbito de la escuela y de la familia. Todos ellos han de ser capaces de generar un cambio colectivo de conciencias.