Otra histórica sala de cine capitalina echa el cierre. Nos referimos al Palacio de la Música. El pasado año lo hizo el Cine Avenida. Ambos, en la Gran Vía, han bajado el telón para siempre dejando huérfanos a todos los que disfrutamos con ver cine en una gran pantalla. Esto no ha hecho más que empezar.
Lo que en otra época fue conocido como el «Broadway español» va dejando paso al otro Broadway, nos referimos, al comercial. Las tiendas, grandes almacenes y franquicias van ocupando las posiciones privilegiadas para ofrecernos más consumismo y menos ocio. La Gran Vía madrileña es una de las arterias más transitadas de la capital. Hasta no hace mucho era escaparate de luces y neones ofreciendo espectáculos, cine y teatro. Ahora se está transformando al hilo de los nuevos tiempos. La cultura va quedando relegada en aras de intereses económicos. Es lo que manda.
Las grandes salas son sustituidas, en el mejor de los casos, por multicines. Esta política es la que ha fomentado que muchos dejen de ir al cine y se queden en casa, ya que los tamaños de pantallas de cine y de televisión van acercando posiciones. Los nuevos aparatos de televisión, planos, panorámicos y gigantes y los «Home Cinema», que tratan de emular el característico sonido cinematografico, van sumando tantos para relegar el cine a un espectáculo para trasnochados.
El cartel cinematográfico también se ha acercado a los hogares a través de Internet. Antes sólo se podía ver cine en el cine. Ahora, sólo hay que esperar unas horas después del estreno para encontrar una película en la red. Toda la oferta está aquí. No hay que mirar la cartelera, sólo buscar y «bajar».
Como vengo diciendo, los tiempos han cambiado. Es justo decir que los avances de la tecnología facilitan nuestras vidas diarias. No estoy en contra del progreso, en este sentido. Pero sí que creo que hay ciertos usos y costumbres que no son comparables y que debieran permanecer.
No es lo mismo y nunca lo será ver una película en el cine que verla en casa. No se trata sólo de la técnica audiovisual. Existe un ritual alrededor de lo que supone ir al cine, desde comprar las entradas, hasta acomodarse en la butaca, pasando por la fascinante sensación de sumergirte en la historia aislándote del exterior. Desde aquí hago una llamada de atención para que se tenga en consideración al séptimo arte y se respete el espacio en el que ha vivido todos estos años.