Es ésta una reflexión que pudiera tacharse de frívola, pero mi intención va más allá de lo puramente rosa. No quisiera parecer tendenciosa pero sí me gustaría expresar el hartazgo que sentimos algunos españoles cuando todos los años por estas fechas, desde hace cinco, nos presentan reiteradamente las imágenes de la boda de los Príncipes de Asturias.
No importa el medio que lo trate, serios o no tan serios, durante esta semana de mayo nos bombardean con unas instantáneas que ya todos tenemos grabadas a fuego en la retina. Y no sólo ésas, sino las del compromiso, las del nacimiento de las infantas, las de la muerte de la hermana de la princesa… y un largo etcétera.
A las manidas fotos hay que sumar los programas especiales que, con motivo de sus aniversarios, nos llegan -queramos o no- desde distintas fuentes. Lo curioso es observar la trayectoria que ha tenido la princesa desde que se conociera la noticia de su enlace con el príncipe. Y aquí hay para todos los gustos.
Entraríamos en el verdadero mundo del corazón y de los cotilleos – su estilo, sus zapatos, sus modales, su influencia en la propia Casa Real- y no es mi intención. Más allá de lo puramente estético y formal y del cuento de hadas, lo cierto es que esta pareja es un matrimonio que protagoniza, de alguna manera, el futuro de España -o no.
Y aquí concluye mi reflexión. ¿Es esto lo que queremos los españoles? Nadie pone duda el papel de la Corona en momentos críticos de nuestra historia, pero, a estas alturas de madurez de nuestra democracia, ¿por qué no se nos ha preguntado, a los que formamos parte de la piel de toro, quién queremos que nos represente?