Recuerdo cómo en el colegio nos obligaban cada viernes a escoger de aquella pequeña biblioteca, al menos, un libro. Y recuerdo cómo aquellas maestras de EGB nos repetían una y otra vez la serenata de que «la mejor manera de no tener faltas de ortografía es leer y leer». Cómo nos machacaban con la lectura comprensiva, la lectura en voz alta mientras los compañeros escuchaban y con la entonación que había que darle a cada signo de puntuación.
Mi memoria recupera aquellos días de colegio con un olor característico: el de los libros viejos y reparados que teníamos en aquellas clases convertidas en seudobibliotecas, mezclado con el olor a bocadillo de chorizo que guardaban nuestras carteras para el recreo, sumado al del carbón que desprendían las calderas de aquellas aulas situadas en los bajos de un edificio de viviendas.
Mi sentido de la vista me lleva a recordar aquellas primeras portadas de los libros de Barco de Vapor azules, fueron los primeros que cayeron en mis manos cuando comenzaba a leer, con seis o siete años. Aún recuerdo cómo me ilusionó dar el salto para poder leer la serie naranja, la recomendada para niños de a partir de nueve años. Fantástica aquella Nariz de Moritz (aquel cartero que olía los sentimientos de la gente) o aquel Fray Perico y su borrico (aquel fraile gordo y bonachón que vivía en un convento) o el temido Pirata Garrapata.
Después llegaron Los Cinco. Aquellos tres hermanos llamados Julián, Dick y Anna que, junto a su prima Georgina y su perro Tim, protagonizaban las aventuras más asombrosas que yo podía imaginar: secuestros, robos, misterios… Me atraparon, aquellos cinco personajes no me permitían dejar de leer. Devoraba aquellos libros, deseaba ansiosa que llegaran los viernes para escoger los títulos de aquella colección, escogía siempre los más gordos, para que duraran más. Para aquella niña que fui, los fines de semana hubieran sido muy aburridos si no hubieran estado ellos. Creo que me los leí todos. O al menos los que había que en la biblioteca del cole.
Lo siguiente que cayó entre mis manos fue una colección muy novedosa en aquel momento, me refiero a los Elige tu propia aventura, aquellos libritos rojos en los que el lector decidía qué dirección tomaba la aventura iniciada, proponiéndote siempre varias alternativas. Un libro/juego que no caló mucho en mí. Ya entonces descubrí que sería una lectora de largas historias, cuanto más largas, mejor. Después hubo algún Hollyster, otros de Esther… Qué buenas aquellas colecciones.
No sé en qué momento de mi vida me enganché a la lectura, pero lo cierto es que aquella adicción comenzó pronto. Supongo que el mérito fueron de aquellas maestras que nos inculcaban aquel hábito como el más gozoso de nuestras vidas. No recuerdo ni un solo verano que no leyera, por gusto. Es lo mejor que he podido heredar de aquellos maravillosos años de la infancia.