Una victoria nacional

Cuando todos los medios impresos de un país abren sus páginas con la misma noticia es que algo importante está courriendo. Esta mañana todos los rotativos han despertado con la misma portada: la victoria de la selección española de fútbol en la Eurocopa. No es casualidad. No es una anécdota. No es sólo un triunfo deportivo.

Nó soy de las que van a los partidos de fútbol, ni siquiera de las que los ve por televisión, tampoco sé quiénes son los jugadores ni a qué equipos pertenecen. No sé lo que es una tarde de domingo de fútbol. Es más, detesto el movimiento futbolero y todo lo que eso conlleva. Quizás sea porque vivo muy cerca de un conocido estadio madrileño y me afecta en gran medida las consecuencias de este espectáculo.  

Pero el partido de ayer fue otra cosa. Había mucha expectación mediática. El interés había ido creciendo a lo largo del campeonato. Hacía dos décadas que España no se encontraba en una situación similar y cuarenta y cuatro desde que se alzara campeona. Era una ocasión histórica. No entraré aquí a analizar el juego, no es muy lógico para una que se reconoce inexperta en la materia. Pero sí me gustaría reflexionar sobre el triunfo sociológico de esta selección.

Creo que por primera vez en mucho tiempo toda España se hizo una. Que al margen de la diversidad, en todos los pueblos y ciudades españolas se vibró al ritmo de la emoción que supone la victoria nacional. Que todos, independientemente de sus tendencias políticas, se unieron para festejar los colores de una misma bandera. Sin lecturas de otra índole. 

Considero que el espíritu que se vivió ayer en toda España es el que debiera sentirse en otros momentos más comprometidos, políticamente hablando. Ayer vivimos un partido de Estado. Nadie se avergonzó de su bandera, más bien todo lo contrario. Nos despojamos por unas horas de todos nuestros complejos y nos alegramos colectivamente de nuestros triunfos. Ojalá permaneciera entre los españoles esa concordia, esa ilusión y ese orgullo de pertenecer a un mismo país.