¿Alguien se acuerda de las vacas locas, de la peste equina o la gripe aviar? ¿Por qué cunde el pánico? Lo cierto es que la mayoría de los humanos solemos contagiarnos de las desgracias ajenas, sobre todo, cuando las víctimas potenciales somos cualquiera de nosotros mismos.
La gripe porcina ha colapsado las portadas de la prensa internacional y desde hace unos días ha pasado a ser la noticia de apertura de todos los telediarios. Este hecho en sí mismo provoca la inquietud social. No hay nada más poderoso que un mensaje reiterado. Se convierte en verdadero, aunque no lo sea. Creedme.
No quiero tampoco quitar importancia al virus, cuyo nivel se sitúa en el cuatro o, lo que es lo mismo, en el punto de partida de una pandemia, según la Organización Mundial de la Salud. El asunto es serio, nadie lo duda. Parece que dicho virus tiene el poder de transmitirse entre personas y es capaz de provocar ‘brotes comunitarios’.
Ahora lo importante es buscar soluciones a corto plazo para los casos afectados y prevenir su propagación. En eso están las autoridades sanitarias. Y mientras que nuestro Gobierno intenta transmitir la calma, en el sentir popular se va palpando la histeria. No hay más que escuchar las conversaciones de la calle.
En estos momentos hay dos casos confirmados en nuestros país. Se extiende la alarma y crece la incertidumbre. Todo mortal es vulnerable cuando se pone en peligro su salud. La psicosis está contagiando a la población. Aunque, según la ministra de Sanidad, «la situación está bajo control», ¿quién controla al miedo?